sábado, 6 de junio de 2015

Ejemplo de texto expositivo-argumentativo



Resultado de imagen de la inteligencia fracasada


                     La inteligencia malograda
 
La inteligencia fracasa cuando es incapaz de ajustarse a la realidad, de comprender lo que pasa o lo que nos pasa, de solucionar los problemas afectivos o sociales o políticos; cuando se equivoca sistemáticamente, emprende metas disparatadas, o se empeña en usar medios ineficaces; cuando desaprovecha las ocasiones; cuando decide amargarse la vida; cuando se despeña por la crueldad o la violencia.
Llamo inteligencia a la capacidad de un sujeto para dirigir su comportamiento, utilizando la información captada, aprendida, elaborada y producida por él mismo.
Puede, pues, fallar porque no dirija, porque no capte, porque no aprenda, o porque no sepa utilizar lo que aprende.
La culminación de la inteligencia, su éxito, está en dirigir bien la conducta.
No estoy diciendo nada extraño. Una definición clásica de la inteligencia, admitida por tirios y troyanos, dice que es la capacidad de resolver problemas nuevos. Por lo tanto, la inteligencia dirige bien si permite resolver esas situaciones conflictivas, de lo contrario está funcionando mal. La principal función de la inteligencia es salir bien parados de la situación en que estemos. Si la situación es científica, consistirá en hacer buena ciencia; si es literaria, en escribir brillantemente; si es económica, en conseguir beneficios; si afectiva, en ser feliz.
Con frecuencia, la inteligencia no consigue realizar bien su función. Es fácil ilustrar con ejemplos la realidad del fenómeno. Empezaré por mí mismo. Siempre he tenido buenos resultados en los test de inteligencia, a pesar de lo cual tengo estropeado el mando de mi televisor desde hace cinco años, lo que convierte la conexión en una tarea ardua que me irrita y hace perder tiempo. Digan lo que digan los test, mi comportamiento es absolutamente estúpido. Contaré la historia de uno de mis alumnos, un muchacho brillante, con un altísimo cociente intelectual, al que confundió su facilidad. En plena marejada de la adolescencia se volvió consciente de sus capacidades y decidió aprovecharlas. Sus compañeros le parecían torpes y sus profesores mediocres. Se convirtió en jefecillo de una banda de chicos rebotados de la escuela, porque le gustaba mangonear a los demás, y vivió una historia vulgar de Napoleón de barriada.
Les incitó a que cometieran pequeños hurtos, le gustó disponer de dinero en abundancia, trapicheó con droga, dejó los estudios porque «la acción está en la calle», como decía. Parecía mayor. A los veinte años entró en la cárcel. ¿Era tan inteligente este alumno como decían sus test de inteligencia?
 
                                                            José Antonio Marina, La inteligencia fracasada (Adaptación) 


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