La inteligencia malograda
La
inteligencia fracasa cuando es incapaz de ajustarse a la realidad, de
comprender lo que pasa o lo que nos pasa, de solucionar los problemas afectivos
o sociales o políticos; cuando se equivoca sistemáticamente, emprende metas
disparatadas, o se empeña en usar medios ineficaces; cuando desaprovecha las
ocasiones; cuando decide amargarse la vida; cuando se despeña por la crueldad o
la violencia.
Llamo inteligencia a la capacidad de un sujeto para
dirigir su comportamiento, utilizando la información captada, aprendida,
elaborada y producida por él mismo.
Puede, pues, fallar porque no dirija, porque no
capte, porque no aprenda, o porque no sepa utilizar lo que aprende.
La culminación de la inteligencia, su éxito, está
en dirigir bien la conducta.
No estoy diciendo nada extraño. Una definición
clásica de la inteligencia, admitida por tirios y troyanos, dice que es la
capacidad de resolver problemas nuevos. Por lo tanto, la inteligencia dirige
bien si permite resolver esas situaciones conflictivas, de lo contrario está
funcionando mal. La principal función de la inteligencia es salir bien parados
de la situación en que estemos. Si la situación es científica, consistirá en
hacer buena ciencia; si es literaria, en escribir brillantemente; si es
económica, en conseguir beneficios; si afectiva, en ser feliz.
Con frecuencia, la inteligencia no consigue
realizar bien su función. Es fácil ilustrar con ejemplos la realidad del
fenómeno. Empezaré por mí mismo. Siempre he tenido buenos resultados en los
test de inteligencia, a pesar de lo cual tengo estropeado el mando de mi
televisor desde hace cinco años, lo que convierte la conexión en una tarea
ardua que me irrita y hace perder tiempo. Digan lo que digan los test, mi
comportamiento es absolutamente estúpido. Contaré la historia de uno de mis
alumnos, un muchacho brillante, con un altísimo cociente intelectual, al que
confundió su facilidad. En plena marejada de la adolescencia se volvió
consciente de sus capacidades y decidió aprovecharlas. Sus compañeros le parecían torpes
y sus profesores mediocres. Se convirtió en jefecillo de una banda de chicos
rebotados de la escuela, porque le gustaba mangonear a los demás, y vivió una
historia vulgar de Napoleón de barriada.
Les incitó a que cometieran pequeños hurtos, le
gustó disponer de dinero en abundancia, trapicheó con droga, dejó los estudios
porque «la acción está en la calle», como decía. Parecía mayor. A los veinte
años entró en la cárcel. ¿Era tan inteligente este alumno como decían sus test
de inteligencia?
José Antonio Marina, La
inteligencia fracasada (Adaptación)
ESTO ES MUY LINDO LEE
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