domingo, 20 de diciembre de 2015
sábado, 5 de diciembre de 2015
2º EXAMEN DE PRIMERO BACHILLERATO 1º EVALUACIÓN
Esta es la entrada prometida para que consultéis las dudas del examen de Lengua y Literatura.Intentaré estar pendiente de vuestras preguntas.Buena suerte.
martes, 17 de noviembre de 2015
Don Juan Manuel
XXXII: "Lo que sucedió a un rey con
los burladores que hicieron el paño"
El Conde Lucanor o Libro de
Patronio.
Siglo XIV
Otra vez le dijo el
Conde Lucanor a su consejero Patronio:
-Patronio, un
hombre me ha propuesto un asunto muy importante, que será muy provechoso para
mí; pero me pide que no lo sepa ninguna persona, por mucha confianza que yo
tenga en ella, y tanto me encarece el secreto que afirma que puedo perder mi
hacienda y mi vida, si se lo descubro a alguien. Como yo sé que por vuestro
claro entendimiento ninguno os propondría algo que fuera engaño o burla, os ruego
que me digáis vuestra opinión sobre este asunto.
-Señor Conde
Lucanor -dijo Patronio-, para que sepáis lo que más os conviene hacer en este
negocio, me gustaría contaros lo que sucedió a un rey moro con tres pícaros
granujas que llegaron a palacio.
Y el conde le
preguntó lo que había pasado.
-Señor conde -dijo
Patronio-, tres pícaros fueron a palacio y dijeron al rey que eran excelentes
tejedores, y le contaron cómo su mayor habilidad era hacer un paño que sólo
podían ver aquellos que eran hijos de quienes todos creían su padre, pero que
dicha tela nunca podría ser vista por quienes no fueran hijos de quien pasaba
por padre suyo.
»Esto le pareció
muy bien al rey, pues por aquel medio sabría quiénes eran hijos verdaderos de
sus padres y quiénes no, para, de esta manera, quedarse él con sus bienes,
porque los moros no heredan a sus padres si no son verdaderamente sus hijos.
Con esta intención, les mandó dar una sala grande para que hiciesen aquella
tela.
»Los pícaros
pidieron al rey que les mandase encerrar en aquel salón hasta que terminaran su
labor y, de esta manera, se vería que no había engaño en cuanto proponían. Esto
también agradó mucho al rey, que les dio oro, y plata, y seda, y cuanto fue
necesario para tejer la tela. Y después quedaron encerrados en aquel salón.
»Ellos montaron sus
telares y simulaban estar muchas horas tejiendo. Pasados varios días, fue uno
de ellos a decir al rey que ya habían empezado la tela y que era muy hermosa;
también le explicó con qué figuras y labores la estaban haciendo, y le pidió
que fuese a verla él solo, sin compañía de ningún consejero. Al rey le agradó
mucho todo esto.
»El rey, para hacer
la prueba antes en otra persona, envió a un criado suyo, sin pedirle que le
dijera la verdad. Cuando el servidor vio a los tejedores y les oyó comentar
entre ellos las virtudes de la tela, no se atrevió a decir que no la veía. Y
así, cuando volvió a palacio, dijo al rey que la había visto. El rey mandó
después a otro servidor, que afamó también haber visto la tela.
»Cuando todos los
enviados del rey le aseguraron haber visto el paño, el rey fue a verlo. Entró
en la sala y vio a los falsos tejedores hacer como si trabajasen, mientras le
decían: «Mirad esta labor. ¿Os place esta historia? Mirad el dibujo y apreciad
la variedad de los colores». Y aunque los tres se mostraban de acuerdo en lo
que decían, la verdad es que no habían tejido tela alguna. Cuando el rey los
vio tejer y decir cómo era la tela, que otros ya habían visto, se tuvo por
muerto, pues pensó que él no la veía porque no era hijo del rey, su padre, y
por eso no podía ver el paño, y temió que, si lo decía, perdería el reino.
Obligado por ese temor, alabó mucho la tela y aprendió muy bien todos los
detalles que los tejedores le habían mostrado. Cuando volvió a palacio, comentó
a sus cortesanos las excelencias y primores de aquella tela y les explicó los
dibujos e historias que había en ella, pero les ocultó todas sus sospechas.
»A los pocos días,
y para que viera la tela, el rey envió a su gobernador, al que le había contado
las excelencias y maravillas que tenía el paño. Llegó el gobernador y vio a los
pícaros tejer y explicar las figuras y labores que tenía la tela, pero, como él
no las veía, y recordaba que el rey las había visto, juzgó no ser hijo de quien
creía su padre y pensó que, si alguien lo supiese, perdería honra y cargos. Con
este temor, alabó mucho la tela, tanto o más que el propio rey.
»Cuando el
gobernador le dijo al rey que había visto la tela y le alabó todos sus detalles
y excelencias, el monarca se sintió muy desdichado, pues ya no le cabía duda de
que no era hijo del rey a quien había sucedido en el trono. Por este motivo,
comenzó a alabar la calidad y belleza de la tela y la destreza de aquellos que
la habían tejido.
»Al día siguiente
envió el rey a su valido, y le ocurrió lo mismo. ¿Qué más os diré? De esta
manera, y por temor a la deshonra, fueron engañados el rey y todos sus
vasallos, pues ninguno osaba decir que no veía la tela.
»Así siguió este
asunto hasta que llegaron las fiestas mayores y pidieron al rey que vistiese
aquellos paños para la ocasión. Los tres pícaros trajeron la tela envuelta en
una sábana de lino, hicieron como si la desenvolviesen y, después, preguntaron
al rey qué clase de vestidura deseaba. El rey les indicó el traje que quería.
Ellos le tomaron medidas y, después, hicieron como si cortasen la tela y la
estuvieran cosiendo.
»Cuando llegó el
día de la fiesta, los tejedores le trajeron al rey la tela cortada y cosida,
haciéndole creer que lo vestían y le alisaban los pliegues. Al terminar, el rey
pensó que ya estaba vestido, sin atreverse a decir que él no veía la tela.
»Y vestido de esta
forma, es decir, totalmente desnudo, montó a caballo para recorrer la ciudad;
por suerte, era verano y el rey no padeció el frío.
»Todas las gentes
lo vieron desnudo y, como sabían que el que no viera la tela era por no ser
hijo de su padre, creyendo cada uno que, aunque él no la veía, los demás sí,
por miedo a perder la honra, permanecieron callados y ninguno se atrevió a
descubrir aquel secreto. Pero un negro, palafrenero del rey, que no tenía honra
que perder, se acercó al rey y le dijo: «Señor, a mí me da lo mismo que me
tengáis por hijo de mi padre o de otro cualquiera, y por eso os digo que o yo
soy ciego, o vais desnudo».
»El rey comenzó a
insultarlo, diciendo que, como él no era hijo de su padre, no podía ver la
tela.
»Al decir esto el
negro, otro que lo oyó dijo lo mismo, y así lo fueron diciendo hasta que el rey
y todos los demás perdieron el miedo a reconocer que era la verdad; y así
comprendieron el engaño que los pícaros les habían hecho. Y cuando fueron a
buscarlos, no los encontraron, pues se habían ido con lo que habían estafado al
rey gracias a este engaño.
»Así, vos, señor
Conde Lucanor, como aquel hombre os pide que ninguna persona de vuestra
confianza sepa lo que os propone, estad seguro de que piensa engañaros, pues
debéis comprender que no tiene motivos para buscar vuestro provecho, ya que
apenas os conoce, mientras que, quienes han vivido con vos, siempre procurarán
serviros y favoreceros.
El conde pensó que
era un buen consejo, lo siguió y le fue muy bien.
Viendo don Juan que
este cuento era bueno, lo mandó escribir en este libro y compuso estos versos
que dicen así:
A quien te aconseja encubrir de tus amigos
más le gusta engañarte que los higos.
XXXV: "Lo que sucedió a un
mancebo que casó con una muchacha muy rebelde"
Otra vez hablaba el
Conde Lucanor con Patronio, su consejero, y le decía:
-Patronio, un
pariente mío me ha contado que lo quieren casar con una mujer muy rica y más
ilustre que él, por lo que esta boda le sería muy provechosa si no fuera
porque, según le han dicho algunos amigos, se trata de una doncella muy
violenta y colérica. Por eso os ruego que me digáis si le debo aconsejar que se
case con ella, sabiendo cómo es, o si le debo aconsejar que no lo haga.
-Señor conde -dijo
Patronio-, si vuestro pariente tiene el carácter de un joven cuyo padre era un
honrado moro, aconsejadle que se case con ella; pero si no es así, no se lo
aconsejéis.
El conde le rogó
que le contase lo sucedido.
Patronio le dijo
que en una ciudad vivían un padre y su hijo, que era excelente persona, pero no
tan rico que pudiese realizar cuantos proyectos tenía para salir adelante. Por
eso el mancebo estaba siempre muy preocupado, pues siendo tan emprendedor no
tenía medios ni dinero.
En aquella misma
ciudad vivía otro hombre mucho más distinguido y más rico que el primero, que
sólo tenía una hija, de carácter muy distinto al del mancebo, pues cuanto en él
había de bueno, lo tenía ella de malo, por lo cual nadie en el mundo querría
casarse con aquel diablo de mujer.
Aquel mancebo tan
bueno fue un día a su padre y le dijo que, pues no era tan rico que pudiera
darle cuanto necesitaba para vivir, se vería en la necesidad de pasar miseria y
pobreza o irse de allí, por lo cual, si él daba su consentimiento, le parecía
más juicioso buscar un matrimonio conveniente, con el que pudiera encontrar un
medio de llevar a cabo sus proyectos. El padre le contestó que le gustaría
mucho poder encontrarle un matrimonio ventajoso.
Dijo el mancebo a
su padre que, si él quería, podía intentar que aquel hombre bueno, cuya hija
era tan mala, se la diese por esposa. El padre, al oír decir esto a su hijo, se
asombró mucho y le preguntó cómo había pensado aquello, pues no había nadie en
el mundo que la conociese que, aunque fuera muy pobre, quisiera casarse con
ella. El hijo le contestó que hiciese el favor de concertarle aquel matrimonio.
Tanto le insistió que, aunque al padre le pareció algo muy extraño, le dijo que
lo haría.
-Por Dios, amigo,
si yo autorizara esa boda sería vuestro peor amigo, pues tratándose de vuestro
hijo, que es muy bueno, yo pensaría que le hacía grave daño al consentir su
perjuicio o su muerte, porque estoy seguro de que, si se casa con mi hija,
morirá, o su vida con ella será peor que la misma muerte. Mas no penséis que os
digo esto por no aceptar vuestra petición, pues, si la queréis como esposa de
vuestro hijo, a mí mucho me contentará entregarla a él o a cualquiera que se la
lleve de esta casa.
Su amigo le
respondió que le agradecía mucho su advertencia, pero, como su hijo insistía en
casarse con ella, le volvía a pedir su consentimiento.
Celebrada la boda,
llevaron a la novia a casa de su marido y, como eran moros, siguiendo sus
costumbres les prepararon la cena, les pusieron la mesa y los dejaron solos
hasta la mañana siguiente. Pero los padres y parientes del novio y de la novia
estaban con mucho miedo, pues pensaban que al día siguiente encontrarían al
joven muerto o muy mal herido.
Al quedarse los
novios solos en su casa, se sentaron a la mesa y, antes de que ella pudiese
decir nada, miró el novio a una y otra parte y, al ver a un perro, le dijo ya
bastante airado:
-¡Perro, danos agua
para las manos!
El perro no lo
hizo. El mancebo comenzó a enfadarse y le ordenó con más ira que les trajese
agua para las manos. Pero el perro seguía sin obedecerle. Viendo que el perro
no lo hacía, el joven se levantó muy enfadado de la mesa y, cogiendo la espada,
se lanzó contra el perro, que, al verlo venir así, emprendió una veloz huida,
perseguido por el mancebo, saltando ambos por entre la ropa, la mesa y el
fuego; tanto lo persiguió que, al fin, el mancebo le dio alcance, lo sujetó y
le cortó la cabeza, las patas y las manos, haciéndolo pedazos y ensangrentando
toda la casa, la mesa y la ropa.
Después, muy
enojado y lleno de sangre, volvió a sentarse a la mesa y miró en derredor. Vio
un gato, al que mandó que trajese agua para las manos; como el gato no lo
hacía, le gritó:
-¡Cómo, falso
traidor! ¿No has visto lo que he hecho con el perro por no obedecerme? Juro por
Dios que, si tardas en hacer lo que mando, tendrás la misma muerte que el
perro.
El gato siguió sin
moverse, pues tampoco es costumbre suya llevar el agua para las manos. Como no
lo hacía, se levantó el mancebo, lo cogió por las patas y lo estrelló contra
una pared, haciendo de él más de cien pedazos y demostrando con él mayor
ensañamiento que con el perro.
Así, indignado,
colérico y haciendo gestos de ira, volvió a la mesa y miró a todas partes. La
mujer, al verle hacer todo esto, pensó que se había vuelto loco y no decía
nada.
Después de mirar
por todas partes, vio a su caballo, que estaba en la cámara y, aunque era el
único que tenía, le mandó muy enfadado que les trajese agua para las manos;
pero el caballo no le obedeció. Al ver que no lo hacía, le gritó:
-¡Cómo, don
caballo! ¿Pensáis que, porque no tengo otro caballo, os respetaré la vida si no
hacéis lo que yo mando? Estáis muy confundido, pues si, para desgracia vuestra,
no cumplís mis órdenes, juro ante Dios daros tan mala muerte como a los otros,
porque no hay nadie en el mundo que me desobedezca que no corra la misma
suerte.
El caballo siguió
sin moverse. Cuando el mancebo vio que el caballo no lo obedecía, se acercó a
él, le cortó la cabeza con mucha rabia y luego lo hizo pedazos.
Al ver su mujer que
mataba al caballo, aunque no tenía otro, y que decía que haría lo mismo con
quien no le obedeciese, pensó que no se trataba de una broma y le entró
tantísimo miedo que no sabía si estaba viva o muerta.
Él, así, furioso,
ensangrentado y colérico, volvió a la mesa, jurando que, si mil caballos,
hombres o mujeres hubiera en su casa que no le hicieran caso, los mataría a
todos. Se sentó y miró a un lado y a otro, con la espada llena de sangre en el
regazo; cuando hubo mirado muy bien, al no ver a ningún ser vivo sino a su
mujer, volvió la mirada hacia ella con mucha ira y le dijo con muchísima furia,
mostrándole la espada:
-Levantaos y dadme
agua para las manos.
La mujer, que no
esperaba otra cosa sino que la despedazaría, se levantó a toda prisa y le trajo
el agua que pedía. Él le dijo:
-¡Ah! ¡Cuántas
gracias doy a Dios porque habéis hecho lo que os mandé! Pues de lo contrario, y
con el disgusto que estos estúpidos me han dado, habría hecho con vos lo mismo
que con ellos.
Después le ordenó
que le sirviese la comida y ella le obedeció. Cada vez que le mandaba alguna
cosa, tan violentamente se lo decía y con tal voz que ella creía que su cabeza
rodaría por el suelo.
Así ocurrió entre
los dos aquella noche, que nunca hablaba ella sino que se limitaba a obedecer a
su marido. Cuando ya habían dormido un rato, le dijo él:
-Con tanta ira como
he tenido esta noche, no he podido dormir bien. Procurad que mañana no me
despierte nadie y preparadme un buen desayuno.
Cuando aún era muy
de mañana, los padres, madres y parientes se acercaron a la puerta y, como no
se oía a nadie, pensaron que el novio estaba muerto o gravemente herido. Viendo
por entre las puertas a la novia y no al novio, su temor se hizo muy grande.
Ella, al verlos
junto a la puerta, se les acercó muy despacio y, llena de temor, comenzó a
increparles:
-¡Locos,
insensatos! ¿Qué hacéis ahí? ¿Cómo os atrevéis a llegar a esta puerta? ¿No os
da miedo hablar? ¡Callaos, si no, todos moriremos, vosotros y yo!
Al oírla decir
esto, quedaron muy sorprendidos. Cuando supieron lo ocurrido entre ellos
aquella noche, sintieron gran estima por el mancebo porque había sabido imponer
su autoridad y hacerse él con el gobierno de su casa. Desde aquel día en
adelante, fue su mujer muy obediente y llevaron muy buena vida.
Pasados unos días,
quiso su suegro hacer lo mismo que su yerno, para lo cual mató un gallo; pero
su mujer le dijo:
-En verdad, don
Fulano, que os decidís muy tarde, porque de nada os valdría aunque mataseis
cien caballos: antes tendríais que haberlo hecho, que ahora nos conocemos de
sobra.
Y concluyó
Patronio:
-Vos, señor conde,
si vuestro pariente quiere casarse con esa mujer y vuestro familiar tiene el
carácter de aquel mancebo, aconsejadle que lo haga, pues sabrá mandar en su
casa; pero si no es así y no puede hacer todo lo necesario para imponerse a su
futura esposa, debe dejar pasar esa oportunidad. También os aconsejo a vos que,
cuando hayáis de tratar con los demás hombres, les deis a entender desde el
principio cómo han de portarse con vos.
El conde vio que
este era un buen consejo, obró según él y le fue muy bien.
Como don Juan
comprobó que el cuento era bueno, lo mandó escribir en este libro e hizo estos
versos que dicen así:
Si desde un principio no muestras quién eres,
nunca podrás después, cuando quisieres.
Marchó luego a casa de aquel buen hombre, del que
era muy amigo, y le contó cuanto había hablado con su hijo, diciéndole que,
como el mancebo estaba dispuesto a casarse con su hija, consintiera en su
matrimonio. Cuando el buen hombre oyó hablar así a su amigo, le contestó:
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El libro de Buen amor
Disputa entre griegos y romanos
Siglo XIV: Libro de Buen Amor
Entiende bien
mis dichos y medita su esencia;
no me ocurra
contigo como al doctor de Grecia
con el patán de
Roma y su poca sapiencia
cuando Roma
pidió a Grecia su gran ciencia.
Así ocurrió que
Roma de leyes carecía;
se las pidió a
Grecia, que buenas las tenía.
Respondieron
los griegos que no las merecía
ni habrían de
entenderlas, ya que nada sabían.
Pero, si las
quería para de ellas usar,
con los sabios
de Grecia debería tratar,
mostrar si las
comprenden y merecen lograr;
esta respuesta
hermosa daban por se excusar ].
Los romanos
mostraron en seguida su agrado;
la disputa
aceptaron en contrato firmado
mas, como no
entendían idioma desusado,
pidieron
dialogar por señas de letrado.
Fijaron una
fecha para ir a contender;
los romanos se
afligen, no sabiendo qué hacer,
pues, al no ser
letrados, no podrán entender
a los griegos
doctores y su mucho saber.
Estando en esta
cuita, sugirió un ciudadano
tomar para el
certamen a un bellaco romano
que, como Dios
quisiera, señales con la mano
hiciera en la
disputa y fue consejo sano.
A un gran
bellaco astuto se apresuran a ir
y le dicen:
-"Con Grecia hemos de discutir;
por disputar
por señas, lo que quieras pedir
te daremos, si
sabes de este trance salir".
Vistiéronle muy
ricos paños de gran valía
cual si fuese
doctor en la filosofía.
Dijo desde un
sitial, con bravuconería:
"Ya pueden
venir griegos con su sabiduría".
Entonces llegó
un griego, doctor muy esmerado,
famoso entre los griegos, entre todos loado;
famoso entre los griegos, entre todos loado;
subió en otro
sitial, todo el pueblo juntado.
Comenzaron sus
señas, como era lo tratado.
El griego,
reposado, se levantó a mostrar
un dedo, el que
tenemos más cerca del pulgar,
y luego se
sentó en el mismo lugar.
Levantóse el
bigardo, frunce el ceño al mirar.
Mostró luego
tres dedos hacia el griego tendidos
el pulgar y
otros dos con aquél recogidos
a manera de
arpón, los otros encogidos.
Sientáse luego
el necio, mirando sus vestidos.
Levantándose el
griego, tendió la palma llana
y volvióse a
sentar, tranquila su alma sana;
levántase el
bellaco con fantasía vana,
mostró el puño
cerrado, de pelea con gana.
Ante todos los
suyos opina el sabio griego:
"Merecen
los romanos la ley, no se la niego."
Levantáronse
todos con paz y con sosiego,
¡gran honra
tuvo Roma por un vil andariego!
Preguntaron al
griego qué fue lo discutido
y lo que aquel
romano le había respondido:
"Afirmé
que hay un Dios y el romano entendido
tres en uno, me
dijo, con su signo seguido.
"Yo: que
en la mano tiene todo a su voluntad;
él: que domina
al mundo su poder, y es verdad.
Si saben comprender
la Santa Trinidad,
de las leyes
merecen tener seguridad."
Preguntan al
bellaco por su interpretación:
"Echarme
un ojo fuera, tal era su intención
al enseñar un
dedo, y con indignación
le respondí
airado, con determinación,
que yo le
quebraría, delante de las gentes,
con dos dedos
los ojos, con el pulgar los dientes.
Dijo él que su
yo no le paraba mientes,
a palmadas
pondría mis orejas calientes.
"Entonces
hice seña de darle una puñada
que ni en toda
su vida la vería vengada;
cuando vio la
pelea tan mal aparejada
no siguió
amenazando a quien no teme nada".
Por eso afirma
el dicho de aquella vieja ardida
que no hay mala
palabra si no es a mal tenida,
toda frase es
bien dicha cuando es bien entendida.
entiende bien
mi libro, tendrás buena guarida.
La burla que
escuchares no la tengas por vil,
la idea de este
libro entiéndela, sutil;
pues del bien y
del mal, ni un poeta entre mil
hallarás que
hablar sepa con decoro gentil.
Hallarás muchas
garzas, sin encontrar un huevo,
remendar bien
no es cosa de cualquier sastre nuevo
a trovar
locamente no creas que me muevo,
lo que Buen
Amor dice, con razones te pruebo.
En general, a
todos dedico mi escritura;
los cuerdos,
con buen seso, encontrarán cordura;
los mancebos
livianos guárdense de locura;
escoja lo mejor
el de buenaventura.
Son, las de
Buen Amor razones encubiertas;
medita donde
hallares señal y lección ciertas,
si la razón
entiendes y la intención aciertas,
donde ahora
maldades, quizá consejo adviertas.
Donde creas que
miente, dice mayor verdad,
en las coplas
pulidas yace gran fealdad;
si el libro es
bueno o malo por las notas juzgad,
las coplas y
las notas load o denostad.
De músico
instrumento yo, libro, soy pariente;
si tocas bien o
mal te diré ciertamente;
en lo que te
interese, con sosiego detente
y si sabes
pulsarme, me tendrás en la mente.
domingo, 15 de noviembre de 2015
miércoles, 4 de noviembre de 2015
Preguntas sobre el contexto histórico de la Edad Media
- ¿Cuántos años abarca la Edad Media? ¿cuántos siglos?
- ¿Qué acontecimientos inician y terminan la Edad Media?¿Qué periodo de tiempo abarca?
- ¿Por qué dividimos la edad media en dos partes? ¿cuáles son esos periodos?
- ¿Cómo es la sociedad de ese momento?
- Di qué estamento se encarga de las siguientes tareas:
- Son dueños de las tierras
- transmiten el conocimiento y se ocupan de copiar los manuscritos.Luchan
- Trabajan con sus manos.
- Son vasallos del rey y le deben fidelidad
- Se ocupan de las cuestiones religiosas.
- ¿Puede cambiar esta sociedad? Razona tu respuesta.
- ¿Va a ser siempre rural la sociedad de la Edad Media?
- ¿Qué es lo marca el inicio de la Edad Media en la Península Ibérica? ¿y el final?
- ¿Cuál es la situación religiosa de la Península?
- ¿Qué consecuencias tienen?
martes, 27 de octubre de 2015
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